Capítulo 19

-¿Qué haría sin ti?-dijo Abril elevando las manos al cielo.
-Nada-bromeé.
Me acarició el pelo. Suspiró.
-Empieza a hacer frío, ¿no crees?-lo dijo por no quedarse callada. Asentí en silencio.
-¿Estás enfadado por lo de antes?-preguntó preocupada y con la mirada esquiva.
-¡Qué pesada eres!-me quejé-¿No me oíste cuando te dije que te creía y confiaba en ti? ¿Qué más quieres que te diga?-casi grité de lo exasperado que estaba.
-¡Perdón, fiera!-dijo alzando las manos indicando que me tranquilizase.
-No quiero volver a hablar del tema. Nos olvidamos y punto.
-Sí, mejor. ¿Tomamos un helado?
-Acabas de decir que tenías frío.
-No-negó rotundamente.
-Entonces, ¿me estoy volviendo loco?
-Dije que empezaba a hacer frío-la miré como si estuviera loca-Pero, es que tengo ganas de comer helado.
-Vamos, ¡pero como luego pilles la gripe, verás!-advertí.
-Tranquilo, en casa me tomo una sopita y arreglado-me sorprendí al ver que no bromeaba. Sonreí. Me miró y sonrió. Nos miramos y el tiempo se detuvo. Sonreíamos, embobados, enamorados, en ese curioso estado en el que el cerebro deja de funcionar y te quedas parado, como un autómata sin órdenes.

Al cabo de unos momentos reaccioné, le apreté con fuerza la mano y Abril continuó hacia la heladería a la que fuésemos.
-Por cierto, ¿no les tienes manía a los helados?
-¿Por qué tendría que tenerles manía?-se sorprendió y arqueó mucho las cejas.
-Por haber trabajado en una heladería-respondí.
-Pues no, ¿acaso tú si?-rió.
-Un poco. Llevaba todos los veranos trabajando ahí desde los dieciséis, algo de manía les cogí-admití.
-Cuéntame la cosa más divertida que te ocurriera trabajando allí-pidió.
Recordé una.
-¿Te parece bien si yo quedo recubierto de helado?-asintió sonriente.
Le narré la vez que, tuve que recargar la máquina de helado, no sé que hice mal y los depósitos que contenían helado de todos los sabores me cayeron encima al igual que una ducha. Por entonces aún acababa de entrar a trabajar.
-Y entonces resbalé y me caí sobre el bote de sirope que tenía que colocar, estalló y acabé recubierto de helado y sirope-eso hizo que riera aún más y sus carcajadas aumentaran considerablemente.
-¿Te pasó en serio?
-En serio. Y me parece muy mal que te rías. Tuve que ir por todo Manhattan de esa guisa. Y ningún taxi me quería llevar por miedo a que manchara la tapicería. ¡Ni que no se limpiara!-reí.
-Lo que no te pase a ti no le pasa a nadie-meneó la cabeza Abril.
-Además el helado era muy pegajoso.
Llegamos a la heladería. Pedí un café con leche (por mi manía a los helados y el mal recuerdo) y Abril un helado con más chocolate que una fábrica chocolate.
-Deberías de ir a un psicólogo-la miré, interrogante-Por tu trauma con los helados. Podría ayudar.
-Sí, luego me encerraría en una celda de paredes blancas, maniatado con una camisa de fuerza y me obligarían a pasarme el día drogado y comiendo helados-me burlé.
Rió ante la idea.
-¡Exagerado!
-¿Yo? ¿Exagerado? Sí, seguro-dije con sarcasmo.
-Dejemos el tema.
-Sí, mejor. Si yo fuera al psicólogo por lo de los helados tú también irías-canturreé, tratando de picarla.
-¿Yo porqué? Si se puede saber…-rió.
Pensé pero no se me ocurrido nada.
-Anda, tonto, déjalo que me quieres tanto que ni defectos me puedes sacar-bromeó antes de besarme en la mejilla.
-Mejor me callo que estoy más guapo-reí.
-Para mí estás guapo siempre-dijo antes de abrazarme por la espalda mientras yo iba a pagar.
-Gracias por el cumplido, guapa-dije guiñándole un ojo y consiguiendo que se sonrojara.
Era afortunado. Mucho.

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