Capítulo 22

Una fría mañana de finales de noviembre Abril y yo fuimos a un parque muy bonito y recóndito. Nos sentamos en un banco, el que estaba menos congelado.
-¡Qué frío!-exclamó Abril frotándose las manos enguantadas. Cuando habló, se formó una nube de vaho.
-¿Aquí nieva?-pregunté, muy interesado.
-No-negó con la cabeza.
Me decepcioné un poco. Me encantaba la nieve. De niño, solía jugar con Jake o  Rachel a lanzarnos bolas de nieve y escondernos tras los árboles de Central Park.
-Me gustaría ver Central Park nevado-dijo Abril adivinando mis pensamientos.
-Es precioso. ¿Has pensado que hacer estas Navidades?-pregunté.
-Quedarme en casa y, seguramente, ir una semana a las afueras. ¿Por?-me sorprendió que no sospechara la idea que se me ocurriera.
-Podrías venir unos días a Manhattan-sonreí.
-Oh-se sorprendió-No sé tendré que estar con mis padres en las fiestas ¿no?-me miró.
-Ya, pero porque faltemos unos días a la Universidad no pasa nada-sonreí.
Sonrió.
-No lo sé, Mike-me percaté de que la idea no acababa de convencerla.
-Da igual-le resté importancia.
-Si quiero ir, no pienses que no, pero siempre paso las Navidades en Barcelona-agachó la mirada.
-¡Y yo en Manhattan!-dije con fingida indignación.
Rió y me abrazó con fuerza.
-¿Soy tu estufa personal, o qué?-la abracé.
-Las tradiciones pueden cambiar-murmuró.
-Esa es la actitud-sonreí.
Rió de nuevo y se separó meneando la cabeza.
-¿Nos vamos, estufita?-bromeó.
-¡Sí!
Me levanté y nos marchamos, paseando a buen ritmo.
-¿Vamos a mi casa?
Asentí y nos marchamos a su casa, en busca de calor.

Cuarenta y cinco después entramos a su casa. Normalmente el camino nos habría llevado una media hora pero cuando salimos del parque teníamos los pies congelados. Y costó que la sangre volviera a fluir por ellos.
-¡Qué gusto!
Se acercó a los radiadores, giró la ruedita para que expulsasen el mayor aire caliente posible y apoyó las manos, ya sin guantes, encima.
-¡Hazme un sitio!-exclamé, empujándola.
-¡Oye! ¡Qué es mi radiador!-me empujó.
-Era tu radiador-corregí, apartándola y haciéndome con sus dominios.

Mostré una sonrisa triunfal.
-Sácate de ahí…-amenazó con el dedo en alto.
-¿O qué?-me burlé.
-No te besaré jamás-rió.
-¿Estás segura?-pregunté a la vez que me acercaba a ella, que retrocedió un paso.
-Segurísimas-frunció los labios.
Reí y me abalancé sobre ella, el moviendo inesperado la cogió inesperada. La inmovilicé y acerqué mis labios a los suyos. La besé y el tiempo se detuvo para ambos. Con delicadeza nos volvimos a besar durante otro tiempo interminable. Cuando al fin nos separamos sonreí.
-¿Así que no me ibas a besar?
-Me besaste tú-protestó-Eso no cuenta.
-¿No cuenta? ¡Tú me devolviste el beso!
-Sí, seguro…
Dejé de discutir y señalé el sofá. Me senté y, con los nudillos, golpeé a mi lado, indicándole que se sentara. Obedeció y se apoyó sobre mi pecho.
-¿Te molesta si me duermo?-dijo tratando de reprimir un bostezo.
-Para nada.
-Es que dormí fatal-dijo.
-Si, ¿por?-la pregunta que formulé, casi alzar, hizo que se revolviera, incómoda.
-No lo sé-musitó al fin.
Mentía. Me extrañé. ¿Qué le habría quitado el sueño? Me quedé pensando pero, para cuando me rendí ella ya dormía placidamente.

Un par de horas después, ella despertó y preparó algo de comer, antes de que yo me fuera a mi casa.


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